Para muchos niños de países en desarrollo, la realidad del cambio climático está entrelazada intrincadamente con sus derechos humanos a la educación, la atención de salud, la vivienda y el saneamiento. Según cálculos de UNICEF, en 2015, 500 millones de niños (una cuarta parte de la población infantil mundial) vivían en áreas con gran frecuencia de inundaciones y 160 millones, en zonas propensas a la sequía. Los niños también están en mayor riesgo que los adultos de morir de enfermedades transmitidas por vectores, como el dengue y la malaria, y de sufrir desnutrición y enfermedades diarreicas y respiratorias, problemas que empeoran por el aumento de las temperaturas, la contaminación del aire y la escasez de agua relacionados con el cambio climático.
"Los climatólogos se han referido al problema de la “miopía”, o el pensamiento de corto plazo, como un obstáculo a la reforma ambiental."
Sin embargo, los climatólogos se han referido al problema de la “miopía”, o el pensamiento de corto plazo, como un obstáculo a la reforma ambiental. Por instinto humano, nos preocupan más los beneficios inmediatos y tangibles que las consecuencias lejanas y duraderas. Existe una división generacional entre las personas que ocupan puestos de liderazgo con la capacidad de gastar y de votar y las personas que se verán más afectadas por las decisiones de política pública y las medidas gubernamentales relacionadas con el clima: nuestros hijos y nietos.
En los debates Sur-Norte sobre el cambio climático, muchos activistas se centran en la injusticia experimentada por las personas de los países en desarrollo que son los menos responsables de las emisiones de dióxido de carbono pero sufren de manera desproporcionada sus efectos en términos de desastres naturales y escasez de alimentos y agua. Esta desigualdad se agrava en el caso de los niños, que son particularmente vulnerables a las enfermedades y cargan con los costos de las acciones de generaciones pasadas. Pero no solo debemos pensar en los problemas que enfrentan estos niños hoy en día; también debemos considerar lo que enfrentarán cuando se conviertan en la próxima generación de líderes.
El imperativo de la cooperación entre generaciones
De acuerdo con un informe reciente de la principal autoridad sobre ciencias climáticas a nivel mundial, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (Intergovernmental Panel on Climate Change, IPCC), muchos efectos del calentamiento global —como el calentamiento y la acidificación del océano, el derretimiento del hielo en la región polar y el aumento del nivel del mar— persistirán incluso si hoy detuviéramos las emisiones mundiales y, por lo tanto, afectarán inevitablemente a las generaciones futuras. La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) también considera la equidad intergeneracional en el artículo 3 de su tratado de 1992: “Las Partes deberían proteger el sistema climático en beneficio de las generaciones presentes y futuras, sobre la base de la equidad y de conformidad con sus responsabilidades comunes pero diferenciadas y sus respectivas capacidades”.
Flickr/Asian Development Bank/(CC BY-NC-ND 2.0) (Some Rights Reserved).
In the aftermath of Typhoon Ketsana (Ondoy), a boy drags some possessions through the flooded streets of Metro Manila.
Un primer paso para garantizar los derechos de los niños es reunir a los líderes actuales y los líderes del futuro en un esfuerzo intergeneracional que integre perspectivas, aspiraciones y fuentes únicas de conocimiento, a menudo olvidadas, en las medidas relacionadas con el clima. Para proteger los derechos de los niños en el presente y crear futuros líderes de cambio climático, los niños pueden participar en la preparación para la reducción del riesgo de desastres y la formulación de políticas internacionales a través de la representación en eventos como las Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Los gobiernos, la sociedad civil y la comunidad internacional también pueden tomar medidas para brindar protección social a fin de satisfacer las necesidades básicas de los niños, ofrecer asistencia humanitaria, financiar subvenciones para apoyar proyectos dirigidos por niños, integrar la educación centrada en los derechos en los planes de estudios y capacitar a los estudiantes para oportunidades profesionales relacionadas con el medio ambiente.
Por ejemplo, en Filipinas en 2007, después de que fuertes lluvias causaron un desprendimiento de tierras devastador, varios niños iniciaron una campaña de educación ambiental que contribuyó a que su escuela decidiera cambiar de ubicación. En Sri Lanka, después del tsunami del Océano Índico, Save the Children consultó a 2,500 niños como parte del proceso de reconstrucción para comprender mejor los problemas que enfrenta la generación más joven. La organización descubrió que una tercera parte de los niños seguían desplazados y muchos no asistían a la escuela, lo que dio lugar a más esfuerzos dedicados al reasentamiento.
Pero para avanzar hacia la equidad intergeneracional, los esfuerzos de conservación deben incluir a todas las generaciones: desde los niños hasta las personas mayores y los adultos que trabajan. En los hogares de los inuit en el norte de Canadá, los adultos mayores han desempeñado un papel fundamental en la transmisión de conocimientos ancestrales sobre la flora y la fauna locales en peligro de extinción. Por su parte, los adultos que trabajan pueden invertir más en infraestructura capaz de soportar y mitigar los efectos del cambio climático en el futuro, como viviendas de buena eficiencia energética y resistentes a los desastres, edificios de oficinas modernizados, vehículos eléctricos y mejores redes de transporte público.
Algunos países ya están dando los primeros pasos en cuestión de medidas preventivas para lograr la equidad intergeneracional y cambiar la difícil situación del futuro. Por ejemplo, Bangladesh, en una medida que anticipa el impacto del cambio climático sobre el sector agrícola costero, está ampliando el acceso a la educación para trasladar las perspectivas profesionales de los jóvenes a otros sectores.
Ir más allá de la tragedia de los bienes comunes
Actualmente, la justicia climática refleja con precisión el dilema de la tragedia de los bienes comunes. En un sistema en el que se comparten los recursos naturales mundiales, las personas velan por sus propios intereses en lugar del bien común, lo que perjudica a los grupos de población marginados. A fin de proteger la naturaleza, las agrupaciones ambientalistas y de derechos han propuesto establecer un Tribunal Internacional de Derechos de la Naturaleza que brinde a la naturaleza misma el “derecho de existir, persistir, mantener y regenerar sus ciclos vitales” y en virtud del cual las violaciones sean punibles ante un tribunal de justicia. Otros actores han sugerido asignar un precio al capital natural a través de programas como el comercio de derechos de emisión de carbono, que aún es una estrategia muy controvertida.
En la actualidad, impulsar la colaboración entre generaciones sigue siendo una forma eficaz de preservar el medio ambiente. Más allá de los incentivos monetarios, la colaboración intergeneracional alienta a grupos diversos de personas a compartir sus perspectivas y colaborar en la implementación de soluciones basadas en la comprensión y el respeto mutuos.
Como dice un proverbio indígena estadounidense: “No heredamos la Tierra de nuestros antepasados, nos la prestaron nuestros hijos”. Necesitamos ir más allá de la culpa sobre el pasado y avanzar hacia la responsabilidad compartida de dar forma al futuro. Al fomentar el diálogo entre diferentes generaciones, podemos asegurar que cada generación tenga la posibilidad de aportar sus recursos únicos —ya se trate de sabiduría y experiencias aprendidas, de creatividad y energía llena de esperanza, de influencia política o de recursos financieros— para resolver los desafíos más críticos en relación con el cambio climático.